ESPACIO PARA LA CO-CREACIÓN
Creaciones artísticas originadas por el proyecto susceptibles de ser apropiadas, recicladas y reutilizadas para que otras personas puedan seguir creando. Ofrendas con creative commons.
Estamos deseando ver, sentir, escuchar y leer los cuentos digitales derivados de esta energía creativa. Si sientes el animo de crear y transmitir a patir de los contenidos de esta sección… ¡Adelante!
TEXTOS: Un Cuentero Celestial
Conocí a don Eliecer Ordoñez por el año 2003, cuando junto a mi compañera decidimos irnos a vivir a las montañas en donde comienza el macizo colombiano y en donde nace el río Magdalena. Tierras llenas de mariposas y guacharacas, el ambiente ideal para entregarse a los placeres más sublimes de la especie humana.
Arrendamos una cabaña, apenas un ranchito de paredes de caña y barro, con piso de tierra y en la cual nos tocó convivir con una familia de chimbilacos o murciélagos nativos.
Don Eliecer era el dueño de todos esos terrenos, él era un ermitaño, un hombre rudo y solitario que vivía tranquilamente de sus sembradíos.
Al segundo día de estar allí instalados se apareció, simplemente venía a conversar. Yo debo confesar que para mí eso era lo peor que podía pasar, quería estar a solas con mi compañera, andar desnudos, amarnos, juguetear entre los cafetales, pero qué hacía ese don Eliecer en “mi casa” estropeando mis planes.
Salimos a conversar con él, como es la costumbre compartimos un café y él compartió sus cuentos.
Desde ese día y durante un año completo don Eliecer nos visitó sin faltar nunca a nuestra cita, compartimos cuentos mirando al cielo, piñas, mangos, guayabas, plátanos…y el café, por supuesto…cómo no recordar sus extensas charlas, sus anécdotas de vida, de caminante. Él a sus más de 80 años, tomaba el hacha y cortaba leña junto conmigo al mismo ritmo, para luego echarse al hombro severos troncos, todos los días. Él me regaló mi primer machete, fundamental en la montaña y al cabo de un tiempo disfrutaba yo tanto de sus visitas que construí un lugar especial para sentarnos a la orilla del acantilado y allí los dos solos, fumábamos y venían los cuentos….
Un día me preguntó por unos animales extraños que él siempre veía y no conocía y quería que yo le dijese qué eran.
cuáles? le pregunte yo.
y él apuntó a las nubes y me dijo : esos.
Él se creía que las nubes eran animales que viajaban de acá para allá…
y yo le dije que no, obvio, que eran agua, agua evaporada
y él se río y me dijo: que va….eso dirán…jajaja
Al recordar esto sigo con mis ojos nublados por las lágrimas, pero ahora creo que no, que son un poco de nubes que se me han metido allí, un poco de agua que viene viajando desde esas montañas en donde está mi amigo el cuentero celestial.Mariano Francisco Gallardo Perez
TEXTOS: Tres generaciones y un poema
No tuve la suerte de conocer a mis abuelos paternos, pues ambos fallecieron antes de que yo naciera. Pero de niño siempre escuché de los mayores que mi abuelo materno, quién se llamaba Alfredo Araya Úbeda, era muy dado a recitar. Era un viejo bohemio, de muy buen porte que en sus tiempos mozos, entre otras cosas, fue boxeador. Y cuando el viejo bebía unas copitas de más, le daba por recitar esta poesía, La Leyenda del Parrón. Además, impuso como tarea que la memorizaran todos mis tíos y mi madre cuando eran pequeños. En total eran 12 hermanos, pero el viejo tenía paciencia y cada cierto tiempo los reunía en el salón de la casa y los conminaba a declamar los versos. Convengamos en que la gran mayoría de mis tíos, quienes además, casi por cuestiones mágicas, tenían nombres bastante extravagantes, nunca lograron aprender de memoria esa enorme cantidad de palabras. Al final, uno solo de ellos, quien falleció hace tres años, llamado Harold, fue el héroe y logró declamar todos los versos sin cometer ni un solo error. Mi abuelo, dicen, se sintió muy orgulloso por eso y cuando mi tío ya era un hombrecito, acostumbraban a recitarla juntos en las reuniones familiares o fiestas de amigos.
Pues bien, a mí se me dio el gusto por la escritura desde muy niño y, por tanto, me admiré sobremanera cuando en algún momento escuché a mi tío Harold recitar esta hermosa poesía. A la edad de 13 años me propuse aprenderla de memoria, pero sin contarle a nadie. El problema era que en esos años no contábamos con la tecnología actual y se me hizo muy, pero muy difícil hallar el texto. De hecho, ya había desistido de conseguirla. En ese tiempo yo estudiaba en el Liceo Eduardo de la Barra, que hace poco cumplió 150 años de vida, y le había comentado el caso a mi compañero de banco, de nombre Mauricio y que desde hace unos años vive en México, quien un día cualquiera llegó con un viejo pasquín al salón de clases. Me miró y me dijo: «Mira lo que te traje. Lo hallé en casa de mi abuela». Y claro, se trataba de una suerte de cuadernillo donde había de todo un poco, pero en la sección literaria, publicaban La Leyenda del Parrón. Al fin la tenía entre mis manos. Y así fue como días tras día la estudié hasta aprenderla de memoria. Y tuve la suerte de mostrarle mi osadía a mi querido tío Harold, con quien, además, la pude recitar alguna vez.
La poesía en cuestión habla de un crimen sucedido en una estancia, y es un viejo el que la relata a todos los presentes, mientras beben y comparten alrededor de un fogón. Alcanza momentos de hondo dramatismo y realmente es muy bella.Fabián Yévenes